Quiero compartir con ustedes el articulo del Diario Clarín que se publico hoy.
Revista de Cultura
Diario Clarín 11/01/11 - 09:07
Una sentida despedida en su elemento: música y libros
Ayer se acercaron al velorio muchos de sus lectores y público anónimo, como el hombre que le llevó las llaves de Pehuajó. Estuvieron la Presidenta y personalidades de la cultura y la política. Agradecían el papel de su obra en la formación de los niños. Será inhumada hoy en el Panteón de Sadaic, en la Chacarita.
POR Guido Carelli Lynch -mailto:gcarelli@clarin.com
Ambrosio Silva resiste el calor agobiante y húmedo del verano porteño. Resiste también la guardia periodística, los flashes de los fotógrafos que se agolpan desde las primeras horas de la tarde en la sede central de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic). Aquí van a velar a María Elena Walsh, la autora de la banda sonora de la infancia del inconciente colectivo argentino. Y tanto más. Pero Ambrosio, con sus 80 a cuestas, llegó demasiado tarde. Lleva consigo la llave de la ciudad de Pehuajó, su ciudad y la de la inmortal Manuelita, tal vez la criatura de Walsh que más hondo penetró en el cancionero popular. Ambrosio enseña para el que quiera ver la llave de su ciudad y una plaqueta grabada para la poeta y cantora que ya no está. “Hace 16 años que la busco. Dársela ahora es muy triste”, dice.
Vestido de impecable traje de lino aparece la primera cara famosa de la tarde. El cantautor infantil Pipo Pescador recupera por un momento la atención de los medios, esquiva durante años. “Su obra es fantástica, le ha dado nivel a la niñez argentina”, asegura antes de recitar algunas de las canciones más famosas de María Elena.
Pasadas las 11 de la noche, sólo por diez minutos, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner llegó al velatorio. Vestida de negro saludó especialmente a Sara Facio, la pareja de María Elena. Luego, se retiró sin hacer declaraciones públicas.
Pero todavía las puertas del viejo edificio de la calle Lavalle no se abren. La primera de la fila, que espera paciente, es Mirta Jorge, tan anónima como la mayoría de los miles que desfilaron para despedir a María Elena hasta la medianoche y que continuarían esta mañana. “La escuché desde chica y tenía que venir a despedirme, sobre todo por los momentos que me dio con mis hijos”, insiste. El barullo interrumpe la charla. La eterna actriz Lydia Lamaison es una de las primeras en llegar y en irse. “Fui la primera en interpretar a Doña Disparate –uno de los clásicos de Walsh– en 1960. Ella es un clásico y los clásicos no mueren”, sentencia.
Ahora sí, pasadas las 17, todos entran. El salón Roberto J. Noble parece acondicionado a propósito para despedir a la poeta. No sólo hay coronas fúnebres. A la derecha del cajón donde descansa para siempre María Elena, hay un busto de Athaualpa Yupanqui. En una de las paredes hay una enorme biblioteca. Eso es María Elena: música y libros.
Un cerco protege a su familia, a sus amigos, a su compañera, la fotógrafa Sara Facio. De saco negro y pantalones blancos, recibe impecable a todos. Lo hace siempre con una sonrisa. Ella inmortalizó a un sinnúmero de artistas argentinos. También es la autora de la gigantografía de María Elena que alegra la postal del ataúd. Se acercan a saludarla amigos de toda la vida. Dos escritores de generaciones tan distintas como Griselda Gambaro y Leopoldo Brizuela testimonian la amplitud de interlocutores, de colegas que trataron a Walsh.
Teresa Parodi no disimula su tristeza. Sólo sonríe a la hora de recordar a su amiga, la misma que le aconsejó, una tarde de los primeros 70 en el Chaco, que dejara de lado la poesía y que se pusiera a cantar, que eso era los suyo. “La recordaré siempre con su sonrisa, con sus ojos claros, su cara de niña y su inocencia a flor de piel”, dice Y celebra su pensamiento lúcido, su capacidad crítica, sus reflexiones tan poco habituales y, otra vez, sus ojos claros. “Los argentinos nos tenemos que encargar de que siga siendo conocida. Forma parte de nuestra memoria nacional”, asegura.
Miles de anónimos siguen desfilando en silencio. Algunos lloran desconsolados como si hubiesen perdido a un ser querido, es que perdieron a un ser querido.
Los amigos de la cultura rodean a Facio. Ahí están la artista plástica Dalila Puzzovio, el folclorista Juan Falú, la actriz Virginia Lago, las intérpretes Dina Rot y Amelita Baltar, la compañera y cómplice de Piazzolla. A la noche llegará Víctor Heredia. También se acerca Guillermo Alonso, el director del Museo Nacional de Bellas Artes, donde Facio es la curadora del departamento de fotografía. “Vine a acompañarla”, avisa.
Los políticos también dicen presente. Felipe Solá saluda y permanece en silencio. La subsecretaria de Cultura porteña, Josefina Delgado, recuerda cuando trabajó con María Elena en la Biblioteca de la Mujer, en la primavera democrática. Más tarde llegará Ricardo Alfonsín. “Ella lo quería mucho a papá, pero también se enojaba”, dice para las cámaras.
El inmenso aire acondicionado del salón no alcanza para enfriar los ánimos. Fabián Matus, el hijo de Mercedes Sosa, aparece y recuerda la sucesión de pérdidas artísticas a las que últimamente la Argentina parece haberse acostumbrado. “Es un desastre. Estamos perdiendo a una de las máximas creadores de la Argentina. Ella era la reserva moral del país”, piensa el hijo de Mercedes, que cantaba “Como la cigarra”, entre tantas.
Antes, Susana Rinaldi, había declarado a la agencia DyN que “María Elena fue excomulgada de la sociedad por sus opiniones; era una bocanada de aire fresco escucharla”.
Consuelo Iturraspe, una estudiante santafesina, que vive en Buenos Aires, trae consigo una carta para María Elena. “Hubiera querido dársela en vida”, asegura. La carta llega a destino. La guardan con otros regalos y flores en un salón de descanso. Allí está, también, la enorme llave de Pehuajó, que por fin le llegó a su dueña.
La presencia de la presidenta
Aunque no hizo ninguna declaración, la presidenta Cristina Fernández estuvo ayer en el velorio. Envió una corona que decía“Cristina Fernández, presidenta de la Nación”.
Vestido de impecable traje de lino aparece la primera cara famosa de la tarde. El cantautor infantil Pipo Pescador recupera por un momento la atención de los medios, esquiva durante años. “Su obra es fantástica, le ha dado nivel a la niñez argentina”, asegura antes de recitar algunas de las canciones más famosas de María Elena.
Pasadas las 11 de la noche, sólo por diez minutos, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner llegó al velatorio. Vestida de negro saludó especialmente a Sara Facio, la pareja de María Elena. Luego, se retiró sin hacer declaraciones públicas.
Pero todavía las puertas del viejo edificio de la calle Lavalle no se abren. La primera de la fila, que espera paciente, es Mirta Jorge, tan anónima como la mayoría de los miles que desfilaron para despedir a María Elena hasta la medianoche y que continuarían esta mañana. “La escuché desde chica y tenía que venir a despedirme, sobre todo por los momentos que me dio con mis hijos”, insiste. El barullo interrumpe la charla. La eterna actriz Lydia Lamaison es una de las primeras en llegar y en irse. “Fui la primera en interpretar a Doña Disparate –uno de los clásicos de Walsh– en 1960. Ella es un clásico y los clásicos no mueren”, sentencia.
Ahora sí, pasadas las 17, todos entran. El salón Roberto J. Noble parece acondicionado a propósito para despedir a la poeta. No sólo hay coronas fúnebres. A la derecha del cajón donde descansa para siempre María Elena, hay un busto de Athaualpa Yupanqui. En una de las paredes hay una enorme biblioteca. Eso es María Elena: música y libros.
Un cerco protege a su familia, a sus amigos, a su compañera, la fotógrafa Sara Facio. De saco negro y pantalones blancos, recibe impecable a todos. Lo hace siempre con una sonrisa. Ella inmortalizó a un sinnúmero de artistas argentinos. También es la autora de la gigantografía de María Elena que alegra la postal del ataúd. Se acercan a saludarla amigos de toda la vida. Dos escritores de generaciones tan distintas como Griselda Gambaro y Leopoldo Brizuela testimonian la amplitud de interlocutores, de colegas que trataron a Walsh.
Teresa Parodi no disimula su tristeza. Sólo sonríe a la hora de recordar a su amiga, la misma que le aconsejó, una tarde de los primeros 70 en el Chaco, que dejara de lado la poesía y que se pusiera a cantar, que eso era los suyo. “La recordaré siempre con su sonrisa, con sus ojos claros, su cara de niña y su inocencia a flor de piel”, dice Y celebra su pensamiento lúcido, su capacidad crítica, sus reflexiones tan poco habituales y, otra vez, sus ojos claros. “Los argentinos nos tenemos que encargar de que siga siendo conocida. Forma parte de nuestra memoria nacional”, asegura.
Miles de anónimos siguen desfilando en silencio. Algunos lloran desconsolados como si hubiesen perdido a un ser querido, es que perdieron a un ser querido.
Los amigos de la cultura rodean a Facio. Ahí están la artista plástica Dalila Puzzovio, el folclorista Juan Falú, la actriz Virginia Lago, las intérpretes Dina Rot y Amelita Baltar, la compañera y cómplice de Piazzolla. A la noche llegará Víctor Heredia. También se acerca Guillermo Alonso, el director del Museo Nacional de Bellas Artes, donde Facio es la curadora del departamento de fotografía. “Vine a acompañarla”, avisa.
Los políticos también dicen presente. Felipe Solá saluda y permanece en silencio. La subsecretaria de Cultura porteña, Josefina Delgado, recuerda cuando trabajó con María Elena en la Biblioteca de la Mujer, en la primavera democrática. Más tarde llegará Ricardo Alfonsín. “Ella lo quería mucho a papá, pero también se enojaba”, dice para las cámaras.
El inmenso aire acondicionado del salón no alcanza para enfriar los ánimos. Fabián Matus, el hijo de Mercedes Sosa, aparece y recuerda la sucesión de pérdidas artísticas a las que últimamente la Argentina parece haberse acostumbrado. “Es un desastre. Estamos perdiendo a una de las máximas creadores de la Argentina. Ella era la reserva moral del país”, piensa el hijo de Mercedes, que cantaba “Como la cigarra”, entre tantas.
Antes, Susana Rinaldi, había declarado a la agencia DyN que “María Elena fue excomulgada de la sociedad por sus opiniones; era una bocanada de aire fresco escucharla”.
Consuelo Iturraspe, una estudiante santafesina, que vive en Buenos Aires, trae consigo una carta para María Elena. “Hubiera querido dársela en vida”, asegura. La carta llega a destino. La guardan con otros regalos y flores en un salón de descanso. Allí está, también, la enorme llave de Pehuajó, que por fin le llegó a su dueña.
La presencia de la presidenta
Aunque no hizo ninguna declaración, la presidenta Cristina Fernández estuvo ayer en el velorio. Envió una corona que decía“Cristina Fernández, presidenta de la Nación”.
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